No participé de esa experiencia, pero siempre me llamó la atención quienes se animaban a ir a una prisión y compartir con personas en contexto de encierro.

La semana pasada me escribió una maestra de mis hijas que ya no trabaja mas en su colegio, para invitarme a dar una charla en el penal de Alto Comedero. No lo dudé, le dije que sí, le pasé la foto de mi DNI, que era el requisito para armar el papelerío y poder ingresar al penal.

El día llegó, estaba expectante y un poco nervioso, nunca había ingresado a una prisión.

Fui -como siempre- un poco antes de lo acordado, nos encontramos con la maestra en la puerta, hacía mucho frío. Llegamos al lugar donde me iban a tomar los datos y quedarse con mis pertenencias y los papeles que, supuestamente habilitaban mi ingreso, no estaban.

 L. me dijo: “bancá, que voy a averiguar”. En eso llegaban los presos a las aulas, me sorprendió ver a un conjunto de ellos que eran mucho más mayores que yo.

Esperé un rato y en eso vino un sargento y me hizo pasar, me tomaron los datos, dejé mi celular, la llave de mi auto e ingresé a la requisa y me revisaron la billetera y los bolsillos.

Me acompañaron por varias puertas, hasta que llegué a un lugar donde los presos estaban divididos en aulas.

Me encontré nuevamente con L., me invitó a pasar y me senté en una silla, en frente estaban sus alumnos de 4to. y 5to. grado, me impactó pensar que hay personas que nunca han estado escolarizadas, me conmovió ver a personas que quizá tienen 10 o 15 años más que yo y que están recién alfabetizándose. Qué dura tiene que haber sido la vida de esos adultos cuando fueron niños que no llegaron a terminar ni 4to. grado.

Nos pusimos a charlar, a conversar sobre historia, sobre quién la cuenta, cómo la cuenta o por qué se cuenta de una manera. Algo de lo que hablo con mis estudiantes en la Universidad, pero esta vez con personas privadas de libertad.

Luego me invitaron a pasar a un salón mas grande, allí se trasladaron los alumnos de L., aunque también vinieron otros que están en otros módulos y en la secundaria. 

Creo que llegaron a ser 100 personas. Había un micrófono, pero decidí no usarlo, pedí que dejaran un pasillo en el medio así podía caminar.

Le dije a L que me avisara a determinada hora. Me comentaron que después de mí, iba a ir un ortodoxo de la identidad regional, así que decidí desplegar todo mi arsenal de cosas que pudieran cautivar la atención de estas personas.

Y así me dediqué a hablar durante media hora sobre las efemérides, sobre cómo se escribe y quiénes escribieron la historia, sobre el por qué algunos hechos parecen mas importantes que otros y así.

Luego comenzaron las preguntas y las reflexiones. Preguntas que mis alumnos de la carrera de Historia no hacen, preguntas que estas personas las hacían pensando en lo mas preciado que puedan anhelar: la libertad.

Fue un día distinto en mi vida, seguramente sea una “efeméride” nueva en mi biografía.

Después que terminó la charla, muchos se pararon a saludarme, uno de ellos muy afectuosamente me dijo: “Que Dios te bendiga”.

Y me acordé de Carlitos Cajade, que decía recitando a Mateo, “cuando estuve en la cárcel y me visitaste, si lo hiciste con algunos de estos pequeños, también lo hiciste conmigo”.