A mi lado se había sentado un señor, más o menos de mi estatura, ya con el pelo gris y que daba cuenta que ya estaba jubilado. Y que para no quedarse en su casa regando malvones se había anotado en la carrera de historia un año antes que yo.
 
Cristóbal, así se llamaba ese compañero. Ese día después de la cursada nos fuimos caminando por diagonal 80 y en la puerta de su edificio me dijo: “un gusto, lo que necesités, tocás acá y ahí vivimos yo y mi esposa, la Piru”.

Así fue como conocí a Cristóbal Gonzáles y a la Piru Morales, él fue mi compañero durante toda mi carrera, cursamos esa materia y otras. Todavía me acuerdo el asombro de una profesora que en la tarde del 11 de septiembre de 2001 no entendía porque nos reíamos, y si no podíamos hacer otra cosa al ser testigos de la historia.

Cristóbal era un bioquímico que, luego de jubilarse, decidió junto a la Piru, farmacéutica, volver a la ciudad donde había estudiado. Se habían desempeñado profesionalmente en Torquinst, pero volvieron a La Plata y ahí fui donde los conocí.

Cristóbal fue mi compañero y amigo, una relación entre un hombre de unos 65 años y un joven de 20 años, siempre que tenia que rendir un final, la tarde previa me iba a lo de Cristóbal a tomar unos mates.  Y si no podía, pasaba luego de rendir a media mañana de ese día. Y siempre Cristóbal y la Piru me recibían. 

Charlábamos de política, de literatura, de historia de todo. La Piru siempre paraba la oreja cuando yo venía con alguna pena de amor o con una nueva conquista. Allí, en ese departamento, la veía pasar a Laura que andaba a veces a las corridas con los chicos, me acuerdo de Augusto. Ahí también lo conocí a Juan Diego, su hermano, y también conocí a Lola y a sus otros nietos.

Cristóbal era un liberal que respetaba la opinión ajena, que disentía respetuosamente y que tenía un fino humor irónico, como nos reíamos de algunas cosas que veíamos en la facultad. En nuestros diálogos intentábamos entender el presente, y no sé si el actual hubiera sido posible razonar en nuestras cabezas llenas de modernidad, y que ahí no querían aceptar post años ´90, el triunfo de la posmodernidad.

Cristóbal y la Piru eran producto del mejor momento de la Universidad argentina. Cristóbal era un tipo que tenía una biblioteca especializada para su estudio de historia y otra de literatura, de la cual puedo decir que leí algunos libros. Cómo le gustaban los cuentos de Fontanarrosa.

Este miércoles (escribo estas líneas un jueves) se cumplió un aniversario de la muerte de mi padre, del que hablé en la última columna. Y por esas casualidades vi que el fin de semana largo había estado de paseo Juan Diego por Jujuy, así fue como me enteré mirando el “feed” de su IG, que Cristóbal y la Piru habían fallecido a inicios del año, con muy poco tiempo de distancia.

Ojalá todos tengan en su vida un Cristóbal y una Piru como me pasó a mí. Porque me juego lo que sea, que uno no es la misma persona cuando personas como ellos se cruzan en nuestras vidas. 

Ojalá mis hijas sepan si algún día leen estas líneas que lo más importante en nuestras vidas son las personas que nos cruzamos en el camino, que ese vínculo nos puede transformar. 

Yo no soy quien soy, sino hubiera estado ese hombrecito de pelo gris esa tarde de marzo de 2001 con el quién compartí muchos años de mi vida en La Plata.

Como dice Gabo Ferro: “Yo soy todo lo que recuerdo”.