Leo las noticias y el comunicado dice: No a la reincorporación de los despedidos, más despidos, cierres del INCAA, ENERC, CINE.Ar. Venta del cine Gaumont. Cierre de las salas Incaa. No más festivales de cine.

Inmediatamente pienso en Luppi y su puteada más conocida en Plata Dulce. O en “yo hago puchero, ella hace puchero, yo hago ravioles, ella hace ravioles”, de la inefable China Zorrilla en Esperando la carroza.

O la importancia del cine para recuperar y afianzar la democracia con películas como La Historia Oficial, En retirada, La noche de los lápices, Garage Olimpo o un Muro de Silencio.

Creer que Puenzo, De Sanzo, Stantic, Olivera o Bechis hubieran podido realizar esas obras sin el apoyo del Incaa así sea con financiamiento o con distribución en las salas de cine, garantizando espacios de proyección.

Pensar que Juan Carlos Campanella, que nadie puede pensar como cineasta adicto a ningún régimen pudiera haber filmado El hijo de la novia, Luna de Avellaneda, El mismo amor, la misma lluvia.

O que la increíble María Luisa Bemberg nos hubiera llevado a mirar el siglo XIX, a través de la historia de amor de Camila y Uladislao en Camila, o pensar algunas cuestiones de la mano del gran Marcelo Mastroiani en De eso no se habla.

Me reí mucho con Tiempo de Valientes, Pájaros Volando o Soy tu aventura.

Aprendí de historia y literatura con Alfredo Alcón siendo Martín Fierro o San Martín en el Santo de la Espada. Decime que no tiraste un par de piñas con Gatica, el mono.

Un cine que ha ganado premios en cuanto festival internacional se presenta, no solamente Oscars de la academia de Hollywood, San Sebastián, Venecia, Cuba o Berlín. 

Pero claro, tenés que ser una persona que no te interesa el desarrollo de la cultura de un pueblo para atentar contra su realización cinematográfica. Podría hacerte una lista interminable de películas, frases y escenas que se me vienen a la memoria en este momento.

El cine argentino me enseño muchas cosas, me interpretó momentos de mi vida, me regaló esperanza y caricias al alma en tiempos de dolor.

Y una sola cosa más, aprendí a ver cine de la mano de mi padre, en el “pullman” de la sala del Cine Teatro Italiano de Vedia, una sala con capacidad para 200 personas, sino hubiera sido por esa sala nunca podría a ver visto cientos de películas como Ico, el caballito valiente, pero la última que vi ahí, Caballos Salvajes, donde Alterio recita de memoria una frase de los Bajos Fondos, de Maximo Gorki, que te la dejo de regalo, porque siempre me acompaña:

“Un hombre puede creer o no creer, eso es cosa suya. Porque es su propia vida la que apuesta por la fe, la incredulidad, el amor y la inteligencia. Y no hay sobre la tierra otra verdad más grande para el espíritu humano que esta gloriosa y humilde condición. El hombre arriesga su propia vida cada vez que elige y eso lo hace libre.”