Desde una perspectiva más positiva, podríamos decir que la política es el arte de construir alianzas. Las alianzas se establecen para alcanzar el poder, para mantenerse en el poder o para acrecentar el poder. Y las alianzas se establecen, también, para defenderse de un enemigo común. Por último, las alianzas se establecen, necesariamente, con alguien distinto, con alguien que no piensa igual. Es imposible hacer alianza conmigo mismo.

El 19 de noviembre volvemos a votar y la campaña comenzó el mismo domingo de elecciones, con los discursos de Sergio Massa y Javier Milei. Ambos parten de la base de que su electorado ya estaría consolidado, pero tienen que captar votos entre quienes no los votaron esta vuelta. Ambos fueron bastante obvios en sus convocatorias.

Milei trazó como estrategia de sus alianzas, la apelación al enemigo común: el kirchnerismo. Así “bulrrichizó” su discurso y apuntó a conseguir el apoyo de la facción “halcona” de Juntos por el Cambio. En algunos de los votantes libertarios esto no cayó muy bien. Más papistas que el Papa (aunque no sé si sea la mejor metáfora, hablando de Milei), exigen continuidad en la lucha contra la casta, y coherencia discursiva respecto a todo lo dicho y “memeado” sobre la candidata cambiemita. Milei, en cambio, propuso tabula rassa, borrón y cuenta nueva, barajar y dar de nuevo. Ni los viejos eran tan meados, ni Bullrich tan montonera, dicen ahora. Como ya habían dicho que Barrionuevo no era tan “casta”.

El votante libertario se ve entrampado en lo que todo ejercicio político exige: mantener intransigentemente la coherencia ideológica, a riesgo de perder y no alcanzar nunca el poder para realizar las transformaciones que se proponían; o intentar ganar “tragando sapos” (o tejiendo coaliciones mediante la resignación de algunos principios), a riesgo de llegar y que las transformaciones no sean tan radicales como pretendían. La estrategia de Milei tirada tan abierta y tempranamente, parece presuponer que su 30 % no se moverá de allí, pero siempre hay una tensión (inherente a toda alianza) entre los principios innegociables y las necesidades pragmáticas. En otras palabras, hasta dónde se puede estirar la cuerda. Porque si bien es muy poco probable que el voto obtenido pueda mudar a Massa, un exceso de incorporación de “casta” podría llevar al votante más joven e inflexible a abstenerse, porque “son todos los mismos”. ¿Podrá Milei, a estas alturas, cambiar discursivamente de “enemigo” pasando de toda la “casta parasitaria” a sólo una parte de ella, el kirchnerismo, sin sufrir en el medio un desangramiento del votante más desencantado que aspiraba a “que se rompa todo”? 

Massa parece tenerla un poco más fácil en ese sentido, aunque no sin tensiones. Proviene de la política y ha logrado convertir una falencia (su participación transversal en distintos espacios) en una virtud (su capacidad de diálogo y articulación). En ese mismo marco, presenta su propuesta “renovadora”: el gobierno de Unidad Nacional. Sobre eso construye el llamado discursivo a los dirigentes y votantes que le han sido esquivos hasta ahora. Por supuesto, el trasfondo también es un enemigo común: Milei y su motosierra, pero Massa elabora el mensaje en términos propositivos y no opositivos, y eso constituye un movimiento discursivo inteligente. Con un plus: lo hizo antes de ganar las elecciones, es decir que no se percibe como un cambio discursivo mediado por el resultado, como sí lo hace el de Milei.

Las dificultades no van a ser pocas. Hay una base kirchnerista dura que debe mantener. Además, los dirigentes a sumar acarrean sus propias tensiones nacionales y provinciales. Para ejemplificar con nombres: si Massa quisiera acordar con el radicalismo en la figura de Gerardo Morales, ¿cuál sería la respuesta de quienes militaron la boleta de Juntos por la Patria o formaron parte de ella en Jujuy? ¿Cómo articular la necesidad de un gran acuerdo democrático cuando se arrastra tanta historia, hasta en términos personales? Seguramente, se contarán los porotos de los que se suman y los porotos que podrían perderse, y también la tirantez entre ortodoxia (respeto a los principios ideológicos) y pragmatismo (capacidad para negociar y llegar a acuerdos en función de objetivos comunes). Hace bien Massa en apuntar que la unidad estará dada por principios democráticos muuuuy fundamentales: educación y salud públicas, Estado de derecho, separación de poderes, pluralismo político… y no mucho más que eso. Suficiente frente a un enemigo común que amenaza (por lo menos en el imaginario) el sistema educativo y de salud, la asistencia social, los derechos laborales… y hasta la pauta publicitaria estatal.

Aunque, claro está, las alianzas se establecen entre sectores dirigenciales, lo que no necesariamente se expresa luego en votos. Cada vez más, el pueblo demuestra en su elección autonomía relativa respecto de las estructuras partidarias, gobernantes y dirigentes.

En cualquier caso, lo que resta hasta el 19 de noviembre será el mes de tragar sapos para ambos bandos. Si le ayuda a pasar el mal trago, piense que el sapo en el mundo espiritual puede significar transformación, renacimiento, equilibrio, armonía y hasta prosperidad. Aunque más no sea, para consolarnos.

En los sistemas parlamentarios europeos, donde formar gobierno es (literalmente) conseguir la mayoría legislativa en una alianza entre facciones, estas consideraciones serían en vano. Pero en un país donde se pone en duda la “rosca” y siempre se sospecha de los acuerdos, pidiendo un fundamentalismo partidista siempre en tensión dialéctica con la necesidad de construir poder, vale como cierre algunas consideraciones abstractas:

  • Las alianzas políticas son un elemento fundamental para la construcción de mayorías.
  • Las alianzas representan relativa diversidad de opiniones y descentralización del poder, y pueden ser un modo de contrapeso, de control y equilibrio.
  • Las alianzas fomentan la estabilidad y la gobernabilidad.
  • Las alianzas no son una amenaza para la democracia, sino una manifestación de su funcionamiento saludable.

*- Por Lucas Perassi
Escritor, Docente e Investigador universitario