Por supuesto, hay una base histórica del 25 % de votantes kirchneristas-cristinistas a la que “no le queda otra” que votar a Sergio Massa como opción competitiva. Pero, cuidado, no toda esta base votó a Massa. Además de los que votaron a Grabois, una mínima parte no conforme con el candidato votó a Milei o estaba dispuesta a votarlo con tal de que “se rompa todo”. Sin embargo, los últimos exabruptos del libertario y, sobre todo, el acto negacionista de su candidata a vice, terminaron por asustar a este pequeño grupo al que, por descarte, no le queda más que votar al candidato de Unión por la Patria. Por ello mismo, sería un error, creo, que Cristina apareciera en esta parte de la campaña, ya que la base está sólida, ahora se trata de crecer y su alta imagen negativa (alrededor del 70%) lo impediría.

También es cierto que Juntos por el Cambio parece un cuadro de aficionados. La candidata Patricia Bullrich, devenida en segunda marca, no consigue establecer una vía discursiva donde hacer pie y cada vez hace más papelones en TV. El pedido a Juan Schiaretti para que baje su candidatura fue el ápice del bochorno en círculos políticos. Parte de sus votantes migran hacia Milei, mientras el votante larretista la mira con desconfianza. Tuvo que llamar a un Carlos Melconián para que hable por ella, pero ahora el economista aparece como el candidato, sin serlo. Larreta, poco comprometido, y probablemente olfateando un rearmado hacia el “gobierno de unidad nacional” al que convoca su amigo, Sergio Massa. Macri, y el macrismo duro, ambiguos, coqueteando con Milei. El radicalismo, poco dispuesto a movilizar la estructura para volver a ser furgón de cola del PRO, salvo en las provincias donde le interesa mantener senadores y diputados. Parece un conjunto poco serio para los votantes e, incluso, para el propio establishment preocupado por las propuestas disparatadas de La Libertad Avanza.

Pero eso no es todo lo que explica la competitividad de Massa. Sumergidos en sus propias operaciones políticas, los periodistas militantes no pueden ver lo que un creciente tercio de la sociedad si ve:

  • En primer lugar, que la inflación se debe a la falta de dólares, y que la falta de dólares se debe a un acuerdo con el FMI que trajo Macri, y no Massa. Este pequeño dato, olvidado por esos periodistas, está presente en la cabeza de gran parte de los argentinos, votantes de Massa o no. No casualmente la imagen negativa de Macri es de las peores también.
  • En segundo lugar, que Massa no es Alberto Fernández. Se lo ve activo, creativo, omnipresente. Hasta ahora, incluso, aparecía algo solo, como echado a su suerte. Pateaba el centro y cabeceaba. Pero eso cambió a partir de la foto de Tucumán. Falta la foto de provincia de Buenos Aires. Y luego, en un posible ballotage, la foto ampliada con algunos radicales o cambiemitas en una “unidad democrática”. Digo, se lo ve activo, dinámico, y eso no es menor, en un marco de descontento generalizado con la política.
  • En tercer lugar, que no hay un ánimo de caos, de desesperación. Claro que hay descontento, hay bronca, pero no ganas de “romper todo” literalmente. A pesar de la inflación y del dólar, la red de contención del Estado funciona. Intentaron (no sé quiénes ni con qué fin) agitar el fantasma de los saqueos mediante robos organizados, pero la sociedad no respondió a la provocación. Eso muestra, por el momento, que no hay un estado de ánimo exaltado, pese a la insistencia mediática en exaltarlo.

La imagen positiva de Massa viene creciendo muy de a poquito después de la devaluación post PASO. Y la negativa, decreciendo. En parte, por los errores no forzados de libertarios y cambiemitas. Por otra, porque empieza a contar con el beneplácito de un establishment empresarial al que enfrentar una crisis sistémica nacional no le convence mucho. Su imagen de “equilibrista” entre sectores y problemas diversos, comienza a ser valorada frente a la posibilidad de la ruptura del tejido social.

Inteligentemente, eligió a Milei como contrincante con quien polarizar, directamente ignorando a Bullrich. Contestar, ridiculizar y proyectar las consecuencias de las propuestas libertarias si fueran implementadas, se hace el eje de sus apariciones públicas. Pero este “discurso del miedo”, aunque correcto, no alcanza. Las elecciones se jugarán en la tensión entre el temor al caos mileísta y la frustración de que (después de tanto alboroto), todo siga igual.

Es decir, además de alertar, Massa debe proyectar algún cambio. En primer lugar, hacerse cargo de la agenda del déficit y el equilibrio fiscal, y la eficiencia del sistema estatal. En segundo lugar, explicar cómo 2024 será un año mejor para los argentinos, con datos concretos y creíbles.

No es fácil ser funcionario y candidato, porque se enfrentan presente y futuro. Hasta hace poco, a su discurso le faltaba futuro. Tan sumergido en resolver o paliar los problemas del día a día, no había más que análisis del pasado macrista y defensa de las políticas actuales.

El Massa candidato debe invitar a soñar, debe sembrar esperanza en un pueblo desesperanzado pero, todavía, no desesperado. Y esa esperanza debe ser verosímil.

El candidato de Unión por la Patria sabe que corre de atrás. Y caballo que corre de atrás, jamás se debe apurar, o se quedará sin final. El objetivo, en cambio, es ganar "por una cabeza".

*- Por Lucas Perassi
Escritor, Docente e Investigador universitario