La sorpresa fue a los 84 minutos, cuando el empate en cero parecía sellado, y Correa, ingresado por Rodrigo De Paul, clavó un derechazo junto al segundo palo, tras entrar a todo trapo al área y buscar su mejor perfil.
El fuerte viento que atravesó la cancha conspiró para ver un espectáculo decoroso. La albiceleste jugó pálidamente uno de sus últimos encuentros de preparación antes de la Copa América de Brasil 2019. En tanto, Marruecos se alista para la Copa de África.
La Selección venía de caer en forma casi humillante con Venezuela por 3 a 1 en Madrid, con Messi desconcertado por no hallar una compañía adecuada que potencie el juego arrollador que desarrolla en el FC Barcelona. Los marroquíes habían empatado sin goles con Malaui por la zona clasificatoria africana.
El fútbol fue un convidado de piedra. El juego se convirtió en batalla campal. Abundaron a granel patadas alevosas, codazos traicioneros y planchazos sin compasión.
Después de cada fricción y de cada jugador derribado en forma violenta, los rivales se arremolinaban, con la ley malentendida del agresor vengativo a puro cachetazo, empujón e insulto, vaya uno a saber en qué idioma.
El árbitro de Zambia, Janny Sikazwe, se cansó de mostrar tarjetas amarillas. Fue poco implacable, como si tratara de encarrilar la acción cuando reinaba la furia antes que la amistad.
Para colmo, atravesaba el campo un viento huracanado con ráfagas de casi 50 km/h. Había que ser malabarista para controlar la pelota o meter un pase que llegara al destinatario y no se desviara hacia cualquier parte.