Allí descubrí lecturas de clásicos de la historia argentina como Félix Luna o tuve las primeras lecturas a alguna biografía del Che Guevara.

Cuando vuelvo a Vedia de vacaciones, Ana -mi hija del medio- concurre a retirar libros para leer. Encuentra siempre algo que le va a gustar y disfrutar.

En La Plata, la biblioteca del subsuelo de Humanidades era un refugio de sala de estudios y cruces cómplices con compañeros de otras carreras. La Biblioteca Dardo Rocha de la UNLP me sirvió para leer viejas revistas de la década del 50 para realizar algún que otro trabajo sobre José Luis Romero. Cerca del hospital de niños en parque Saavedra un grupo de padres restauro un espacio y fundó la biblioteca al otro lado del árbol en homenaje a una niña de 5 años que falleció y que en su internación vieron cómo mejorar algunos aspectos de las niñeces. Hoy brinda servicios que se orientan a la salud, la educación y la cultura.

En Jujuy, la Biblioteca Popular tiene una sala de autores jujeños que es fenomenal por el material que contiene. La hemeroteca es un tesoro impresionante de diarios de todo el siglo XX.  Seguramente miles de ejemplos de bibliotecas populares en el país se me pasan por alto, lo que es real que su labor y tarea mejoran la vida de sus usuarios, niños y adultos. Mientras escribo esto se debate en la Cámara de Diputados de la Nación la Ley Ómnibus y el DNU del gobierno de Milei. En dicha ley se propone en un artículo que quita los beneficios impositivos y financieros de las Bibliotecas Populares y el fondo especial de la CONABIP.

El nacimiento de las bibliotecas populares fue una iniciativa de Domingo Faustino Sarmiento. La primera biblioteca popular de Sudamérica nació en San Juan en 1866. La Biblioteca Popular Franklin, en homenaje al estadounidense Benjamín Franklin, quien en 1727 en la ciudad de Filadelfia, creó los Clubes de Lectores que dieron origen al desarrollo de bibliotecas en las aldeas y ciudades.

Tras la iniciativa y gracias a la organización vecinal, con el tiempo las bibliotecas populares comenzaron a esparcirse por todo el territorio y se fueron nutriendo de la heterogeneidad de sus lectores y de sus comunidades. En la actualidad, la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP) registra 2000 bibliotecas y 30000 voluntarios y voluntarias que, a lo largo y a lo ancho del país, despliegan sus acciones.

Esos círculos de lectura iniciáticos se convirtieron en espacios sociales fundamentales en las dinámicas comunitarias. En ellas hay mates, talleres, capacitaciones, meriendas, una puerta que tocar ante cualquier problemática. También hay libros, hay escuchas, hay amigos y hay lectores que escriben la historia colectiva de cada territorio.

¿Quién puede creer que un mundo sin bibliotecas es mejor? ¿Quién puede pensar que el acceso a la información, la cultura y la educación de manera restringida pueden construir una sociedad mejor?

Lamentablemente las respuestas de diputados libertarios, mientras escucho la radio habla Lilia Lemoine, diputada de LLA. Y todo lo explica en función de oferta y demanda. Todo lo que la ley quiere modificar lo lleva a términos de mercado.

Hemos llegado a un punto donde el ocio, la cultura y el esparcimiento irán a desaparecer como los conocemos. Quizá Inés -que cumple 4 años en estos días- sepa que Julio Cortázar escribió Rayuela, y en su imaginación hay un colectivo volador para llegar al cielo de la rayuela y sea lo que debamos proteger.

El acceso de nuestros hijos, de nosotros y nuestros conciudadanos a la cultura, a los libros, a la educación y el arte no se deben negociar. Vayamos por las peleas que realmente importan.

"Una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma" 
(Marco Tulio Cicerón)