Lo ganó sin enunciar ni una propuesta concreta. Lo ganó sin más ideas que “hacer lo contrario a lo que hace este gobierno”.

Lo ganó apelando a lugares comunes de ataque al kirchnerismo y unas cuantas chicanas estratégicamente utilizadas. Hubo momentos muy bien aprovechados por Villarruel, como cuando enumeró durante dos minutos televisivos, en el marco del tema “transparencia”, los casos de supuesta criminalidad y corrupción (reales o inventados, no importa) asociados con el kirchnerismo.

Lo ganó porque apeló a experiencias concretas antes que a ideas abstractas.

Lo ganó respondiendo sólo con evasivas y contraatacando, como hacen los que no tienen respuestas.

Lo ganó, en definitiva, no por contenido sino por carácter y presencia. Por mostrarse indignada, enojada, pero no “sacada”, aunque Rossi quisiera correrla por ese lado temperamental. Lo ganó por mostrarse “auténtica” y “transparente”.

Como señala Letra P, “No se trata de ponderar el contenido del discurso de la candidata a vicepresidenta… Es un tema de forma. En la noche de este miércoles, Villarruel volvió a mostrarse segura, certera en sus definiciones, medidamente histriónica en su gestualidad”.

¿Fallas? Algunas:

  1. Su presentación fue muy dubitativa, a pesar de que contenía dos frases fuertes que enmarcaban lo que vendría: “Todo lo que vas a escuchar de Agustín Rossi es mentira” y el lema “Es continuidad o cambio”.
  2. El hecho de interrumpir excesivamente y no ceder el turno de palabra, aunque no hace mella en el público al que se dirige, para el cual no dejar hablar a un “kirchnerista” no es mala educación. El diálogo al que llaman muchas veces no incluye a ese otro demonizado.
  3. Evadir, no contestar directamente las preguntas y no realizar propuestas, algo que Rossi le recordó constantemente, en uno de sus pocos aciertos.

El candidato de Unión por la Patria, por su parte, estuvo bien aconsejado, pero fue mal ejecutado. El objetivo era no enojarse y, al mismo tiempo, tratar de mostrarla a ella como irritada. Lo segundo, no lo logró, a pesar de sus intentos. Villarruel se sostiene sobre una imagen de bronca administrada. Lo primero, lo sobreactuó: de tanto mantener la calma, perdió gran parte de su esencia. Una mesura fingida en exceso, lo hizo parecer viejo, cansado y/o sin carácter. Dejó hablar a su contrincante en demasía y sólo pudo pedir orden a los moderadores con voz apucherada y mirada suplicante.

Distanciado del chicaneo, no metió “piñas” discursivas obvias en estas instancias del espectáculo, como las escuchas ilegales del ahora socio Mauricio Macri, o la comparación de la homosexualidad con la zoofilia que tan sólo un día antes había realizado Milei.

Sus mejores momentos, sí, fueron la reivindicación de Alfonsín (por lo que proyecta en valores democráticos hacia los votantes del radicalismo), volver a poner en evidencia el negacionismo de los 30 mil detenidos desaparecidos y, especialmente, la pregunta a la libertaria acerca de su “acuerdo con la libertad de los genocidas”, pregunta a la que Villarruel evitó responder, quedando en ese aspecto muy en evidencia.

Paradójicamente, la presentación de Rossi había sido mejor que la de Villarruel, poniendo la elección en términos de derechos humanos y movilidad social ascendente, versus las propuestas más polémicas de Milei: el recorte del Estado (la motosierra), la libre circulación de armas, la venta de órganos, la ruptura de relaciones con el Papa y El Vaticano.  

Los debates son claramente más importantes en un ballotage que en una elección general. En la final, se gana por un voto, y ese voto hay que salir a conseguirlo. Cada uno apuntó a un público distinto.

Victoria Villarruel ganó el debate en tanto show, lo que no quiere decir necesariamente que haya ganado un solo voto más. Al contrario, pienso que su contenido, postura e histrionismo apuntó a un público ya consolidado. Sí queda, como señala Letra P, la certeza de que atrás de la locura de Milei hay una derecha (empresarial, religiosa, militar y política) mucho más inteligente y que puede estar construyendo su propia candidata después del monigote necesario para tomar el poder.

Rossi perdió el debate, pero no se enojó. Y levantó su voz y su carácter cuando se trató de reafirmar “el pacto democrático” alcanzado por “todas las fuerzas políticas”. Su mensaje extremadamente pacificado, puede que no se haya dirigido al público general, pero fue claro hacia al círculo de la sociedad altamente politizado y movilizado (radicales, peronistas, de izquierda, ex cambiemitas, de organizaciones sociales, etc.) en consonancia con el llamado a la Unidad Nacional. No es continuidad versus cambio, sino democracia versus dictadura, una vez más.

*- Por Lucas Perassi
Escritor, Docente e Investigador universitario