El chofer me dijo “recién me avisaron que lo tenía que venir a buscar”. Subí, pagué, y nos fuimos rumbo al Aeropuerto escuchando una FM local. En el Aeropuerto la espera no fue mucha. Aparecieron algunos personajes de la política jujeña, algunos ya viejos y conocidos otros nuevos y vulgares. Obviamente viajando en primera.

El avión despegó, sobrepaso las nubes y volví a ver el sol. Tardó menos de lo que imaginé. Cuando aterrizó y volví a prender mi celular me llovieron varios mensajes. Respondí uno por uno, vi la hora y tenía una llamada perdida.
 
Salí de Aeroparque, me subí a un colectivo y me fui hasta Retiro para luego tomarme un colectivo de larga distancia para que me traslade a Junín. Allí devolví el llamado de mi colega, charlamos un rato y me pidió algo que le dije que lo veíamos cuando volviera.

Mi amiga P. me mandó un audio diciéndome que volvía de Bolivia, si sabía algo del paro del lunes y busqué en las noticias y el paro ya se desinfló y solamente serán asambleas.

Le envíe las noticias para que no se preocupara. En Retiro, me dediqué a observar, gente que va y viene con valijas, de un lado a otro, mucha presencia policial y de gendarmería.

Almorcé, pagué tan caro el almuerzo como si fuera la ultima cena de Leonardo Da Vinci. Escribí al grupo de Whatsapp de mis amigos platenses y dije: ¿esto cuesta una empanada acá? Y se rieron.

Hicimos chistes por Whatsapp con mi amiga B. Sobre la vida en Buenos Aires. Ella dice que la vida en la pampa húmeda la puede deprimir, que necesita el cerro que cubra el horizonte. A mí me generaba pánico ver tanto edificio junto.
 
Llegó el colectivo que me traía a Junín. Me subí, me puse los auriculares, puse música y me puse a leer. Me dormí un rato y luego me desperté y en frente tenía a la Basílica de Luján. Avisé a mi hermana por donde andaba.

Respondí algunos mensajes y me iba quedando sin batería. Llegué, llamé al Polaco, mi cuñado, y nos encontramos. Llegó mi hermana y nos subimos al auto. Y nos vinimos a Vedia charlando sobre política, mis sobrinas, mis hijas, en fin, la vida.

Llegamos a la casa de mi mamá, no estaba, se había ido al coro. Aproveché y llamé a mis hijas para avisarles que había llegado bien.
 
Llegó mi vieja, nos abrazamos, preparó la cena. Tomamos unas cervezas, seguimos charlando, llegó mi hermano y seguimos charlando. Se fueron. Me acosté, me dormí pensando en que todo eso vale la pena por tres días de afecto.

Nos encontramos el próximo domingo para hablar de lo de siempre, hoy te quise contar que como dice Fito Paez, tres días en la vida nunca vienen nada mal. De alguna forma "de eso se trata vivir”.