Más allá de que todos los medios reflejan sus propios marcos ideológicos en el análisis, la mayoría de los análisis coinciden en que la centralidad la ocuparon ella y Agustín Rossi. Nicolás Petri en menor medida, y últimos cómodos Nicolás Del Caño y Florencio Randazzo, en ese orden. No por falta de ideas, sino por distintos motivos.

El candidato del FIT, porque no tiene el carisma que estas instancias (absolutamente ligadas al espectáculo) requieren. Sí lo tiene, y así se verá en el debate presidencial, la “rusa” Myriam Bregman. Las participaciones de Del Caño sonaron mucho a spots de campaña reproducidos de memoria. Buenas propuestas, o buenas críticas, hechas a destiempo o sin la fuerza necesaria, no sirven al "timing" televisivo. Claro está, repito, que el público convencido no se moverá de ahí.

Randazzo era quien más tenía para ganar. Frente al descontento con UP y JxC, y la desconfianza ante los libertarios, podría haber hecho de su discurso centrado en la gestión algo más digno de escuchar. Pero también le faltó fuerza y espontaneidad, repitió más de lo mismo que ya vienen diciendo en campaña, con formulaciones genéricas. Una estrategia moderada pero más activa hubiera sido, por ejemplo, retomar y articular las propuestas de los otros candidatos, de izquierda y de derecha, para mostrarse como un “coordinador des-ideologizado”. Pero no sucedió.

Petri, excesivamente "coucheado", tuvo momentos de alto impacto televisivo: cuando trató a Villarruel de “ñoqui” por no haber presentado ningún proyecto (tiro al corazón del discurso anticasta); o cuando le dijo a Del Caño “dama de compañía del kirchnerismo”. Esos exabruptos fueron lo mejor de su participación, que se mostró diluida en una moderación forzada que no le queda bien a su perfil, como tampoco le queda a Bullrich. Es el problema que la fórmula viene enfrentando desde el día después de las PASO.

Rossi y Villarruel se eligieron como enemigos, e hicieron bien. El primero, se mostró algo dubitativo o cansado al principio, para ir levantando temperatura después. Sus momentos más encumbrados también fueron giros coloquiales: cuando le respondió a Petri que “la que no puso un puto radar fue Patricia Bullrich durante los 4 años de gestión” y cuando le dijo “mosquita muerta” a Villarruel. La primera frase, resume las ideas de mentira y "carancheo" que Rossi, quería dar. A veces, no hay mejor forma de decir las cosas, que decirlas “como salen”. Y si Rossi le sacó alguna luz de ventaja a Petri fue porque la candidata libertaria lo eligió para polarizar, de modo que se llevó gran parte de la escena.

Villarruel ocupó la centralidad. Y se mueve cómoda allí. Única mujer entre cuatro varones, supo hacer de esa singularidad un capital para responder con aplomo pero sin muestras de enojo. Contrariamente a lo que señaló Rossi, no construye imagen de “mosquita muerta” (como alguna vez lo hizo María Eugenia Vidal). Eludió afirmaciones comprometidas (privilegio que siempre tienen los que van primeros) y convirtió preguntas sobre medidas prácticas en respuestas abstractas. Su imagen viene creciendo exponencialmente dentro de los libertarios. Basta ver las redes sociales militantes donde se la compara con “Messi jugando al soccer en el Inter de Miami”. Es decir, los bailó a todos. Y eligió polarizar con UP, con la fe puesta en un vuelco definitivo de los votos de JxC hacia LLA que le dé la victoria en primera vuelta, o con la certeza (como tienen los libertarios), de que ganarle en ballotage a Massa es más fácil que ganarle a Bullrich.

En fin, los debates son útiles para darles mayor exposición a todos los candidatos y está comprobado que aumentan el nivel de conocimiento que el público tiene sobre sus posiciones políticas. Al mismo tiempo, no deja de ser un show televisivo y, más aún, un espectáculo híbrido en el que las discusiones en redes sociales y la distribución de "memes" enmarcan y resignifican las distintas actuaciones.

También, que el debate suele brindar justificativos para la reafirmación del vínculo entre un elector y un candidato. Como sostiene Thomas Holbrook en Las consecuencias conductuales de los debates vicepresidenciales: La percepción de la mayoría de los votantes está coloreada por sus predisposiciones políticas (…) y el único mejor predictor sobre qué candidato creía el televidente que ganó el debate es la intención de voto previo al debate del mismo televidente”.

De modo que establecer ganadores y perdedores es un ejercicio pretendidamente objetivo y distanciado del analista político que para nada tiene su correlato directo en redireccionamiento de votos o actitudes políticas específicas.

Creo que sí hay algunos aprendizajes:

  • primero, que si los cuatro presidenciables se dirigen a Javier Milei como principal destinatario, como hicieron ayer los vice con Villarruel, no harán otra cosa que reforzar la centralidad que ya tiene, de modo que no mueve el amperímetro salvo que el libertario produjera alguna torpeza política muy evidente e irremontable.
  • segundo, que cuando dos fuerzas se eligen como contrincantes entre sí, el resto tiende a desdibujarse y es muy importante encontrar y tener en claro el rol a desempeñar en esa obra teatral, para no quedar como un actor absolutamente secundario y desdibujado.
  • Tercero, que el debate depende mucho del histrionismo, de la apariencia de naturalidad y de frases breves, coloquiales, que resuman mucho posicionamiento, como aquel "¿En qué te han convertido, Daniel?" con que Macri proyectaba no sólo sus críticas al kirchnerismo sino, sobre todo, su perfil paternalista frente a un Scioli que, sin ser él mismo mala persona, aparecía como influenciable y débil de personalidad. Todo en una frase.
  • Por último, que tan importante como el debate es lo que se esté produciendo paralelamente en redes sociales, especialmente con la producción de memes y videos cortos que encuadren la interpretación de las distintas participaciones. Así lo fueron haciendo los militantes libertarios, cuyos videos en Tik Tok con las frases más resonantes de Villarruel se publicaban casi simultáneamente, llegando a más de 400 mil reproducciones.

*- Por Lucas Perassi
Escritor, Docente e Investigador universitario